sábado, 3 de septiembre de 2011

Pompas de jabón

Son las siete de la mañana, llevo despierto desde las cinco, dando vueltas en la cama, sin poder dormir. Cojo el teléfono y marcó el número de tu casa. Tras tres tonos, lo coges y preguntas quien es con voz dormida. El corazón me da un vuelco y no dudo en preguntar si puedo ir a verte. Ries y cuelgas el teléfono. Siempre haces lo mismo, es tu forma de decir que puedo ir. Me visto desprisa y en media hora estoy ante tu puerta, con los nervios que siempre me asaltan antes de tocar el timbre. Abres la puerta y no puedo evitar pensar que estas preciosa en pijama, medio despeinada y con los ojos cansados. Ambos llevamos demasiado peso en los hombros desde aquel día.
Vamos a la cocina y veo que has preparado el desayuno. Café con leche para mí y un chocolate para tí. Hace meses que no tomas café, dices que te recuerda demasiado a él. Sólo lo compras para cuando voy a verte.
Te sientas enfrente y me cuentas que ayer estuviste haciendo pompas de jabón hasta altas horas de la madrugada. Que querías volver a sentirte pequeña, una niña, antes de que todo esto ocurriera. Todavía queda algo de jabón, me dices con los ojos llenos de esperanza renovada. Me levantó, me coges de la mano y vamos a hacer pompas, miles de pompas de jabón. Y mientras tanto, te observo, preguntándome si algún día me podrás llegar a amar. No te pido que le olvides, ni que me ames como le amabas a él, porque sé que eso es imposible. Sólo te pido que me des un poquito de tu corazón, una oportunidad de hacerte feliz.

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