domingo, 9 de septiembre de 2012

Vuelo sobre el escenario

Escucho la voz del presentador anunciando mi nombre. Es el momento de salir a escena. La sala se llena de aplausos. Nadie me conoce y tal vez pocos recuerden mi rostro mañana, pero todos confían en que les voy a ofrecer una buena actuación, algo que comentar esa noche en sus hogares. Les dedico una cálida sonrisa y me dirijo al centro del escenario, apoyando sutilmente la punta de los pies al caminar. 
Las luces se apagan lentamente y un único foco ilumina mi figura. El traje, rojo como el fuego, desprende destellos dorados en cada movimiento. En ese instante me convierto en un ser mágico, una pequeña hada a punto de volar. Siento un hormigueo en el estómago cuando cojo la primera cuerda. Nervios. Miedo al fracaso. La sensación es breve, vuelvo a estar relajada y tranquila cuando me aferro a la segunda cuerda para subir a la barra. Cierro los ojos y los primeros acordes suenan en la sala. El trapecio comienza a elevarse. Sentada sobre el metal me columpio suavemente. Adquiero velocidad y de un salto me colocó de pie. Puedo sentir la expectación en el aire, el asombro de niños y mayores. Suelto las cuerdas. Mis manos rápidas y hábiles alcanzan la barra. Empujo los pies hacia delante, giro sobre mi misma y comienzo a planear sobre el escenario apoyada sobre el torso. Saboreo la libertad y siento la adrenalina correr por mis venas. Elevo las piernas y mis pies atrapan las cuerdas. Me balanceo colgada del trapecio mientras calculo mi próximo movimiento para alcanzar la máxima perfección. La música pierde intensidad. Tomo impulso y nuevamente estoy de pie. Entonces me siento, las manos pasan con sutileza de las cuerdas a la barra y empiezo a girar al compás de la melodía. Tras cuatro vueltas tomo la cuerda derecha con ambas manos. Mis brazos quedan en forma de cruz. Apoyo las piernas en la otra cuerda y me estiro. Levanto una pierna y la flexiono, atrayéndola hacia el cuerpo. Acto seguido los pies vuelven a acariciar la barra. Me contoneo al ritmo de las notas. Elegante y segura. Me permito disfrutar de mis minutos de gloria y saludo con una reverencia al público que me observa. Finalmente me siento, deslizo las piernas hasta que cuelgo del trapecio, suelto las manos y quedo colgada únicamente por el cuello. La melodía finaliza y desde las alturas oigo los aplausos.

Desciendo y saludo otra vez a los espectadores pero esta vez desde el suelo. Mi función ya ha finalizado así que me giro y camino hacia la salida. Desaparezco de escena con el corazón rebosante de felicidad e ilusión. Tras de mí escucho al presentador anunciar a un nuevo artista. El espectáculo debe continuar.